domingo, diciembre 27

Le propusieron que escribiera un deseo, el suyo, en un pedacito de papel. “Quiero una ventana”, trazó. Ahí empieza el relato, y ahí mismo me pierdo…
¿Cómo que una ventana? Sí. Una de esas que se abren en varias de las paredes de una casa. De esas que a cualquiera le costaría imaginar que faltasen en una habitación. Logro figurarme el objeto de ese deseo, aunque me resulta ilógico que eso, una ventana, pueda ser anhelado por alguien, descontando las personas que sobreviven en las cárceles. Menos por un nene. O no. Porque tanto más inesperado es que un adulto desee una ventana.

Una ventana…
¿Qué hay de particular en una ventana?, ¿qué, de atrayente, divertido, supremo?
Nada, pienso mientras recorro las habitaciones de mi cuarto y me encuentro con una de ellas, enorme. Rápidamente mis ojos se escapan y viajan por el aire contando todas las ventanas que hay en la casa de mis viejos. Colman hasta desbordar los dedos de mis dos manos.
Es normal que los espacios cerrados tengan ventanas. Nada de particular les encuentro, entonces. Ni de atrayente, divertido. Mucho menos supremo. Y él escribió que deseaba una.
La reflexión dura unos pocos instantes y acaba en el justo momento en que la segunda parte del relato me da la pista fundamental. Y el tono con el que llega esa segunda parte, la leve suposición de que el que lo cuenta hizo el mismo y casi instantáneo recorrido mental, antes de que la realidad le inyectara por los ojos la explicación, ese suero paralizante, gélido. Ese monstruo gigante tan invisible para tantos.
“Vive en una casilla de chapa. Parece una caja de zapatos. No tiene ventanas”.
La deducción concluye, la mescolanza de dudas cuaja en certezas. Y yo me siento una obtusa. El monstruo cantó “pica para todos mis compas” mientras yo, incapaz de correrme de la línea predecible de mi realidad, buscaba la explicación en las respuestas a preguntas equivocadas.
No se trata de desear una ventana por sus características, sino por sus cualidades. En el ¿qué permite una ventana? y en las miles de respuestas a ese interrogante se esconde el fundamento del deseo de aquel pibe.
Desde el centro de una pieza de chapas, una ventana es la puerta de entrada –o de salida-- al mundo, a ese que puede ser una mierda, pero que ofrece opciones, historias, caminos y otras puertas, otros mundos; pasadizo directo al sol; tubo de oxígeno. En una caja de zapatos, una ventana es aquello que condena con la pena de muerte a la oscuridad y al encierro; es una tarjeta vip de ingreso a la imaginación y a la vida.
Entonces, comprendo el anhelo de ese pibe, pero desde la distancia abismal que marca mi existencia: una hecha de paredes de cemento repletas de ventanas. Una distancia que sólo me permite comprender, pero no sentir.
Me toca de nuevo contar en la escondida, luego de haber aprendido a usar las ventanas de mi vida para cantar piedra libre a la realidad, y a caminar con más ganas todavía de seguir abriendo ventanas en cada pared que encuentre.

jueves, diciembre 10


...Pesa el cuerpo. Cómo pesa... Pesan en el cuerpo tantas armaduras, tantos disfraces, tantas capas acumuladas.Arde la carne al intentar arrancarlas, una a una, y brotan las lágrimas.
Quiero estar desnuda frente al espejo, de una vez y para siempre...


viernes, octubre 2

..OtrO díA MáS..


…Cierra los ojos y se encuentra.
El cansancio asoma y empieza a pesar.
El mundo que la envuelve dejó de existir por un segundo y entonces, es sólo ella.
Se recuesta sobre el respaldo y se deja tentar por el mecer del motor que la lleva.
Su espalda se lo agradece. ¡Cómo le gustaría estar descalza!
Como todos, el día fue otro al que trazó mentalmente, no bien la despertó la música. Dice que le cuesta. Lo recalca a gritos. Pero siempre se deja llevar, y eso no está mal.
No es regalarle las riendas a otro, sino compartirlas para andar juntos.
Es ella ahora, en la oscuridad más ciega que el negro puro.
Es ella frente al papel; ella en explosión de risas y en el calor de abrazos que todavía están frescos. Es ella bajo el sol, bajo las sábanas de camas compartidas, bajo el agua caliente que limpia el polvo de su piel sin borrar huellas.
El ella en melodías que la calman; frente a miradas que la encuentran extraña, a otras que por poco la descubren, y a unas pocas que siempre le devuelven su más genuino reflejo.
Es ella en ideas que la recorren hasta tomar forma en la voz de otros.
Ella y su sendero.
La noche de la ciudad vuelve a correrla del centro.
Sí que es pesada la mochila del cansancio. Pero qué rico huele…

jueves, septiembre 24


La incertidumbre le va ganando la batalla al miedo. Poco a poco, el miedo desaparece, pero la sensación no es mejor.
Bucea y bucea entre recuerdos, entre momentos resguardados dentro suyo.
Ríe cuando desempolva algunos de ellos; otros le rasguñan la piel del alma y eso le duele un poco. Aguanta. Continúa.
Y hay quienes la escuchan en sus intentos de poner en palabras todo eso que se le abarrota en los bronquios y no deja que el oxígeno pase, y no la entienden.
Le dicen que está estancada, que no se anima a dar un paso más.
Reflexiona hasta en sueños.
Se habla a sí misma, se piensa y se reformula.
Despierta de a ratos y descarga angustia en besos.
Cambia de a horas.
Por momentos pisa el acelerador y la velocidad la marea. Tan rápido va, que se choca con todos y con todo. Intenta remontar vuelo sin éxito. La brea de la calle le pegotea la suela de los zapatos y la retiene.
Entonces, se arrodilla en el suelo y gatea. Se arrastra como un caracol, y al menor contacto con el mundo se enrolla sobre sí hasta meterse dentro de su coraza. Nadie puede molestarla en su cueva de verdades que son mentiras. Y la calle se vuelve inmensa.
Qué, si no sale cómo lo esperabas. Qué, si probaste y no te gustó. Qué, si probaste y no les gustó. Qué si das ese maldito paso más. Pedís a gritos poder escapar de la protección, pero ni siquiera sos capaz de correr ni un mínimo riesgo. Ni el más minimísimo de todos: ser.
Reflexiona entre sueños.
Se habla, se piensa y se reformula.
Despierta de a ratos y cura su angustia con besos.

miércoles, agosto 26

Del barr(i)o a la ciudad


Los únicos que pueden hablar de pobreza son los que tienen metidos los pies en el barro
Padre francisco -- Isla Maciel

Ahí estaban. Hombres, mujeres y niños de barr(i)o. Desperdigados por la ancha Avenida de Mayo, intentaban abrir la trajeada tarde del oficinista microcentro porteño a fuerza de sus “desocupados” pantalones de joggin, termo bajo el brazo y migajas de tortas fritas compartidas entre decenas de bocas.

Había que verlos mirar tanta corbata y cartera. Había que ver, para creer, la brutal indiferencia con que esas sedas y esos cueros devolvían aquellas miradas. Había que ver todo aquello para entender cuánto puede asustar lo oscuro. Aquello que se ennegrece hasta convertirse en sombra de tanto pisar el barr(i)o húmedo, el lodo que el agua del riacho contaminado o de los caños instalados a golpe y porrazo fabrica al rozarse con la tierra que invade hasta las partículas de aire que se respira. Son sombras. Sombras que amenazan con lo posible, con lo que está al acecho de manera permanente.

Dedos de manos blancas, limpias, acariciaban corbatas de seda y carteras de cuero que (por suerte) colgaban de cuellos y hombros a modo de salvación. Las tranquilizaban ante tanta amenaza.

Ahí estaban ellos, pues, inundándolo todo de barr(i)o viviente. Queriendo pisar con fuerza “la calle que no es de ellos solamente. Porque hay que hacerles entender a los que miran desde arriba que la calle es del pueblo”, escupieron los parlantes desde acoplado de un camión que aquella tarde fue escenario improvisado. La calle es de(l) barr(i)o.

Y ahí estuvieron por un par de horas, transformando esa calle en canal de difusión para poner delante de los ojos de las distnguidas corbatas y las coquetas carteras de cuero la realidad de barr(i)o. Su realidad. Una hecha de carencias, de huecos, de sangre que hierve hasta calcinar en verano y hiela hasta congelarse en invierno. De mosquitos, basura y goteras. De falta de pupitres y consultorios médicos.

Eso hicieron los de pies enfangados de barr(i)o. Invitaron a conocer lo suyo, a compartirlo aunque sea a través de palabras de aire. Recibieron silencio e indiferencia. Una nada tan dura como la piedra de esa calle oficinista que no es ni desocupada, ni sucia, ni negra. No es de barr(i)o.

“Qué ganas de romper las pelotas que tiene la gente”, se escuchó a una cartera blasfemar indignada. Y el barr(i)o volvió al barr(i)o.

jueves, agosto 13

..cOmIenZo SiN fiN..


....“Todo pudo haber sido distinto”....
La puerta se había cerrado hacía rato frente a su nariz colorada del frío, generando un eco en el sonido de las palabras que salieron de la boca de él. Hacía rato también que ella ya no estaba frente a la madera oscura que tantas veces se había cerrado tras dejarla pasar.
Las escuchaba aún retumbar. Y acariciaba el vidrio de la ventanilla del tren como si pudiera acariciarlas. Hubiera jurado que las tuvo entre sus manos, y que entre ellas se escurrieron. Eran tan suaves como la piel del rostro de Joaquín. Habían pasado un par de años, nomás. Pero tanto le sirvieron a él para crecer, que Violeta no pudo más que enmudecer al verlo. La madurez de un hombre construyéndose podía leerse en esos ojos transparentes como la miel que le daba tono.
¿Dónde iría ahora? ¿Qué otra puerta tocar? Había varias, aunque todas demandaban la misma fuerza de espíritu que en ese momento Violeta no tenía.
Maldijo a Joaquín por su tozudez, por su rencor, pero más que nada lo maldijo por saber que tenía la razón en sostener todas aquellas actitudes. Siempre odió que tuviera la razón, aunque ese detalle haya sido uno de los que la empujó a sus brazos, bajando la guardia por completo.
Necesitaba mirarlo y que esta vez no sólo hablarle con el alma. Bajar al mundo de los humanos, ese que siempre se negaron a habitar cuando estaban juntos, y usar la voz y las palabras. Había perdido todo y vuelto a recobrarlo. Y había sobrevivido a todo, menos a su falta. Necesitaba contarle las veces que pensó en rogarle que apostara a la huida con ella, y los motivos que la obligaron a callar. La inseguridad de no ser suficiente todo para nadie.
Pero se encontró con esa misma puerta de madera oscura.
Nunca esperó que la recibiera con muecas de felicidad. Simplemente aguardaba, esperanzada, que la rendija que estaba abierta el último día que lo vio siguiese abierta y por allí pudiera escabullirse para explicar, contar, compartir y ofrecerle su vida de nuevo.
No sabía tampoco lo que la esperaba en casa. Enojos, seguro. Abrazos con sabor a nostalgias. Miradas de re-conocimiento, Las cicatrices seguían tan marcadas como siempre y no sería difícil volver a abrir las heridas. Se sabía distinta y eso la avergonzaba un poco. Era prácticamente imposible volver a ser la violeta de aquellos días.
Cayó en la cuenta de que era sólo vidrio lo que sus dedos rozaban desde el interior del vagón del ex Roca, que seguía tan acogedoramente roto como el día que se lo tomó sin boleto de vuelta, justo cuando una lágrima se volcó sobre su antebrazo. Corrió la imagen de Joaquín a un costado de sus retinas y enfocó la vista en el afuera. No reconoció el paisaje. Se había pasado varias estaciones. O quizá no se animó a bajar. Y siguió.
Se secó la mejilla y se paró bien pegada a la puerta, como para que el viento frío congelara la tristeza hasta hacerla desaparecer. Esa maldita angustia que ni las montañas, ni cielos furiosamente azules ni mares de templadas esmeraldas supieron arrebatarle de la mochila.
Esas sensaciones oscuras de sentir todo en vano; de mirar atrás y no encontrar más que recuerdos borrosos, ilegibles. Ese temblor que la invadía cada vez que intentaba en futuro, como si la tierra se partiera al medio en el mismo punto en donde estaba parada, dispuesta a tragarla de un bocado.
Frenó el desliz del vagón sobre las vías. Se abrieron las puertas y sus botas color rojo gastado pisaron, una tras otra, tras otra, tras otra, el cemento curtido del andén para empezar de nuevo sin haber terminado nada de nada.

lunes, agosto 10

Mujeres con historia(*)


(*)Por mamá Mabel

En una, toda la vida esta allí, en su cara. Ojos grandes, tiernos, cálidos que abrazan con solo mirarla. Frente ancha, como para alojar tantas esperanzas, tantos pensamientos.
Labios frescos, rosados que dejan escapar siempre una risa estridente, sonora, música de su alma, de sus años jóvenes, de su vida casi recién estrenada.
En la otra, su cara también estallaba de vida: salvaje, obcenamente bella, histriónica. Mirada distante, a veces triste y a veces dulce. A veces inquisidora. Lengua filosa, sincera hasta la médula. Que pocas veces dejaba cosas guardadas.
Las dos con una historia común, compartida. Hoy a la distancia, tan iguales y tan diferentes a la vez.
Caminaron juntas el camino de la infancia amándose y odiándose, buscándose y rechazándose. El aire se arremolinaba alrededor de ellas envolviéndolas en fuertes y apasionadas ráfagas cuando compartían horas y horas de juegos interminables, imaginados fantásticos. O charlas que marcaban sus madrugadas. No había sosiego cuando estaban juntas.
De sus días rebeldes de infantes pasaron a compartir experiencias de adolescentes, la una cobijándose en la otra, llenando de amor los espacios que con el tiempo dejaron de compartir.
Sus caminos tomaron rumbos distintos y hoy ya adultas se encuentran cada vez que lo necesitan. Café de por medio, ya sin caprichos ni mandoneos, con el alma abierta, casi en carne viva.
El vínculo sanguíneo por el que se encontraron en este mundo cedió paso al amor incondicional generoso y apasionado que todavía hoy las mantiene unidas.
-Me gustó tu libro. Me llegó hasta las entrañas. Lo sentí como un cosquilleo que empezó con la primera frase y no terminó hasta que leí la última. “Me aburrí, no quiero jugar más”. Así empieza ¿no?
-Creo que me lo van a editar en España. Tengo que viajar para allá- dijo sin omnipotencia ni falso orgullo.
-¡Otra vez te vas! Recién llegás y ya te rajás de nuevo.. Estás loca. Pará un poco, parece que siempre estás de paso. Acá también se te necesita...
-Lo que pasa que tengo que cubrir una nota en Etiopía sobre Médicos sin fronteras y aprovecho el viaje. En el diario me están insistiendo para que vaya y bueno...
-Me gustaría que cuando volvieras nos juntemos con Martín. Está con ganas de llevar tu libro al teatro. De armar la puesta de una comedia musical con él. ¡Sería impresionante! Si nos ayudas con el guión estaría buenísimo.
-No me jodás... ¿Me lo estás diciendo en serio?- sintió que el piso se le movía bajo sus pies.
-Por supuesto, tenemos en la cabeza cada cuadro, cada tema, vestuario, música. ¡Estamos reentusiasmados! Pero te necesitamos a vos, la creadora de la historia -hablaba y su apasionamiento de actriz, salía por cada poro de su piel. Sus ojos y su voz despedían rayos de luz que iluminaban su cara como cuando era nena y lograba que finalmente que la que tenía en frente de ella hoy aceptara jugar con las barbies, y no a la oficina como lo hacían casi siempre.
-¡Que increíble- le dijo -Yo que pensaba decirte que hoy me emocionaste como nunca con la obra, que cada día actuas mejor, que sos la mejor actriz que conozco y cada vez que veo una interpretación tuya siento una profunda admiración por vos... Al final terminamos hablando de mí.
-Cómo siempre- dijo aquella que había nacido y vivido para hacer lo que más le gustaba en el mundo: actuar -Como cuando éramos chicas y en lo mas divertido del juego te aburrías y no querías más. O cuando te dormías en la parte de la charla en que yo necesitaba que me escucharas- comenzó a reírse con risa de pájaro libre y tomó de las manos a la mujer que tenía en frente -Siempre terminamos hablando de vos, y lo digo sin recelos. Por que alguna vez tenés que entender lo valiosa que sos, sin necesidad de que los demás te lo tengamos que estar diciendo. Sos buena, excelente en lo tuyo pero la primera que debe comprenderlo sos vos, muñeca. ¿Cuçando vas a recibir la admiración de los demás como algo natural, necesario? ¿Cuándo vas a dejar de huir de vos misma?

Volvieron a tomarse fuertemente de las manos, el café se les había enfriado y pidieron otro. La charla se extendió por horas. Hacía tiempo que no se encontraban.
Después de acariciarse con halagos y de tirarse de las orejas mutuamente, llegó el momento de los recuerdos. Siempre volvían a ellos, eran como imanes. Se reían a carcajadas repitiendo las mismas anécdotas, reviviendo tantas tardes de domingos compartidas. ¡Cómo necesitaban esto para sentirse vivas!
No era nostalgia. Lo sentían como un recargar las pilas, como llenarse de energía de la buena para poder seguir cada una en lo suyo, pero siempre conectadas por ese hilo invisible de la vida.
Mas tarde llegaron a la charla los restantes miembros de la familia. Los viejos y sus soledades tan difíciles de manejar. Los hermanos y primos queridos, admirados. Los momentos buenos y los malos que siempre compartieron y que tanto les sirvieron para crecer.
Cuando se dieron cuenta que el bar estaba cerrando, pagaron a medias lo que habían consumido y se despidieron con un abrazo intenso, apretado. Saboreando entre risas y bromas el éxito que tendría la comedia musical que pondrían en escena, ni bien la escritora regresase del viaje planeado y pudieran juntarse una vez más para entibiar sus almas.

Finalmente el telón se levantó. Detrás de bambalinas solo había histeria y nervios. Todo era nervios y voces subidas de tono.
-Quién me habrá mandado... Yo no soy para esto- decía la escritora encargada del guión.
-Quedate tranquila. Todo va salír bien- decía el director de la obra, aunque también se lo veía ansioso.
-¡Nada me sale hoy! Va a ser un papelon... No me acuerdo de la letra- decía la primera actriz.

La música a todo volumen marcaba el inicio de la obra y ya no había vuelta atrás. La magia del teatro inundó el lugar sin pedir permiso a nadie.
Ultimo acto. Todos a escena. Todo terminó.
Se bajó el telón, casi en el mismo momento en que comenzaron los aplausos, los vítores, la gente de pie. Los actores saludaron nuevamente. Tuvieron que salir varias veces al escenario.
La primera actriz miraba sin ver al público. Sólo era feliz. La escritora, reía y lloraba a la vez, detrás de las bambalinas. Toda la familia estaba en la platea.
Cuando todo hubo terminado y mientras festejaban en los camarines, la primera actriz le dijo a la escritora: "Esta vez el juego lo elegí yo y por suerte te quedaste hasta el final. Lo terminamos juntas".

jueves, julio 23

..iNviErNo..


Revolvió en su bolso con insistencia. No había más.
¿No?
Se le habían acabado esos días.
Y ahora estaba parada en esa esquina desierta, con el invierno cayéndole encima.
Nada bueno podía esperar del tránsito por semejante frío sin ese disfraz.
..Desnuda..

jueves, junio 11


Te voy a contar por qué a veces me escapo de nosotros. Por qué huyo a la carrera, de repente, dejándote todas incertidumbres en tus brazos.
Me voy en los momentos en que pierdo el control sobre ese uno que construimos cuando somos.
Me voy cuando siento que te me metés por los poros y empezás a circular por cada recoveco de mi cuerpo. Cuando empezás a llevarme lejos...
Hago lo mismo que, cuando nena, veía venir la victoria de Victoria en los juegos de mesa de interminables madrugadas.
-Me aburrí. No juego más.
Cuánta razón tenía la mejor actriz que conocí en querer arrancarme cada uno de los pelos que, lacios, por ese entonces me rozaban la cintura.
Hoy, los rulos miran con nostalgia esa curva que me divide a la mitad y reconocen, conmigo y con ella, entre risas y cigarros, mis problemas a la hora de enfrentar derrotas.
Por eso me escapo... Porque adoro y odio a la vez verme vencida.
Aunque en 10 años, con rulos o de lacio, sin cigarros pero con muchas risas, podamos festejar seguir compartiendo caminos...

martes, abril 28


Ese es el punto. A nadie le estalló la cabeza.
Letal conclusión.
Hubiese deseado que no siguiera. De tan corta, quizá podría evadirla.
Pero no. La boca se abrió de nuevo.
A veces me pregunto qué es más efectivo: que algo aparezca de repente y te pulverice el cráneo en medio segundo o que lo conocido te lo vaya comiendo de a poquito, de una manera casi imperceptible.
Sólo humo.

martes, abril 21


Dar media vuelta y empezar a irse.
Ese momento, el que te empuja a dar el paso y cruzar la línea que convierte el plano de todo lo cotidiano en una historia diferente, se transforma, en un abrir y cerrar de ojos, en el exacto y preciso instante para no hacerlo.
O para hacer todo lo contrario.
Para qué quitarse una a una las prendas que cubren toda su esencia y posarse desnuda sobre el exhibidor. No vale la pena. No sabe dar amor sin cuidar a los demás del impacto que ese amor puede llegar a provocar.
¿Qué impacto? Qué idiota…
Ninguna clase de amor puede ser tan dañino para tomar semejantes recaudos. Ningún amor hace mal. Ninguno duele. Ninguno… hasta que falta.
La falta de amor destroza, deja sin aire, aniquila los nervios.
Mata de tristeza. Lo sabe, porque murió una vez.
Y aunque en el fondo también sabe que su amor es infinito, que sabe (porque algún día supo) deshacerse hasta de ella misma por entregarlo, da media vuelta y empieza a irse.
Entonces, aprieta fuerte sus brazos, como para mantenerlos pegados a su cuerpo y no dejarlos volar hasta otro cuerpo. Y esquiva miradas que congelan el mundo sólo para ella y que se lo regalan de una vez y para siempre. Se muerde la lengua, se traga palabras.
Da media vuelta y empieza a irse.

viernes, abril 17


--Muñeca, agarrá el micrófono, mirá a la cámara y poné cara de preocupada. El tipo sabe qué tiene que decir. Listo. La muñeca, de pantalón de oficinista ajustado, zapatitos de taco y pestañas con rimmel, aprendió a hacerlo. De hecho, le salió cinco veces de un tirón ayer, en cinco lugares distintos, con cinco tipos que supieron qué decir.
El hijo del repartidor de soda baleado en Santa Marta, sin ningún tipo de dificultad, pidió para el pendejo asesino de su papá una muerte de las mismas características; el jefe de guardia del hospital zonal telegrameó los pocos detalles que el "estado reservado" de la mujer apuñalada le permitió; un cajero de banco treintañero –la peor generación del país, diría una voz amiga--, a bordo de su Renault Uno pistero, bardeó que "no es justo que estos tipos corten el puente (Pueyrredón). Tengo que llegar a mi laburo, tengo que comer", sin hacer mención, claro a que "esos tipos" ocupaban la calle pidiendo por lo mismo que él. La muñeca les ofreció el micrófono a todos, con la misma cara de constipada.
Y la misma puso, previo retoque de rimmel en sus pestañas, cuando les prestó el mismo micrófono a las otras dos "voces ciudadanas", una mamá indignadísima porque su nene de siete aún no empezó las clases gracias al paro docente, y una vieja cheta de barrio norte, increíblemente asustada por un supuesto caso de dengue en la esquina de su cuadra.
La palmadita que el productor le dio a la muñeca en el huequito que hace la cintura antes de convertirse en culo cuando regresó del arduo día de trabajo le despejaron todas las dudas: ¡¡Tan fácil era, y ella que tenía miedo… pan comido!!
Contenta, se fue a su casa con la trucha certeza de que es ésa la forma en que se labura bien. Que no hace falta más.

En una redacción casi desierta, sentada frente a un monitor, otra muñeca sin rimel, de jean y zapatillas sucias, aporreó el teclado con un dejo de bronca. Una pizca de satisfacción tenía dentro suyo por haber llenado la pantalla con palabras que planteaban que alguien mentía.
“¡Claro que mienten. Todos mienten, pero no todos dan la cara!”, escuchó con los ojos abiertos de asombro, que –increíblemente-- se siguieron abriendo por la presión de las palabras que siguieron. “Si querés hacerlo bien, sentá el culo en la silla y empezá a buscar a alguien que se haga cargo de esto que vos le atribuís a nadie. Y vas a ver que no nos vamos de acá hasta la madrugada, si es que alguien tiene las pelotas para hacerse cargo”.
La satisfacción desapareció en el mismo instante en que ese desafío se convirtió en un espejo que ese al que creía tremendamente soberbio puso frente a ella.
“Es tan fácil hablar así. Y lo hacen porque saben que nadie les va a preguntar de dónde lo sacan. Tienen razón, parece. Vos no te lo cuestionaste. Lo tragaste y lo hiciste tuyo”, sacudió una vez más.
La muñeca se miró las zapatillas sucias, subió la cabeza de nuevo y se vio de cuerpo entero en el espejo de esas palabras. Desterrada, la satisfacción dejó lugar a la vergüenza: de laburar tan mal, de no tener ganas de hacerlo bien, pero, más que nada, de verse atravesada por un discurso contra el que se creía inmunizada.
El sopapo verbal la voló de aquella certeza trucha –la misma en la que ahora nadaba contenta la muñeca de zapatitos de taco-- que comía de a miles, a diario.
Siguió escuchando el rebote de la cagada a pedos contra las paredes de su cabeza, y entonces, la vergüenza cedió la mitad del espacio que ocupaba a la razón. La muñeca a cara lavada convirtió el reto en lección, mientras el colectivo la llevaba hasta su casa. El aprendizaje no tiene fin. Conclusión que no es queja, sino alivio. Y que alivio…
Sabe que hace casi todo como el culo, la mayoría de las veces, pero también se da un mimo al reconocer el esfuerzo que pone en escuchar y dar lugar a los que le dicen que va por mal camino. Porque todos somos arrogantes –se repite--, todos abrazamos la trucha certeza de que nos la sabemos todas. Pero no todos se dejan echar a patadas en el culo de ese lugar, para seguir siempre aprendiendo. No todos tienen ganas de andar ese camino, infinitamente.

jueves, marzo 26


“Ahora es distinto. Que no nos enteramos de muchas cosas que pasan, es verdad. Pero ahora es distinto”, setenció mientras pasaba el trapo rejilla a la mesada, como si con el gesto escribiera la palabra “fin” al día.
La realidad es un pilón de décimas de segundos que no paran de amontonarse. Nunca paran. No hay manera de evitar que eso suceda. No hay forma de evitar nuestra contribución en la construcción de esa montaña de pequeños momentos. ¿No la hay?
Entonces, la cabeza se me llenó de interrogantes y me costó horrores encontrar alguna afirmación. Cuando en esa pequeña charla, preludio del final del día, no quedó espacio en el cerebro para más preguntas, opté por dejar salir algunas por la boca –mientras muchas otras se chorreaban por los poros, perdiéndose en la nada del aire--.
--¿Cómo se levantaban todos los días sin tener ganas de salir a romper todo?
--El terror. Con el terror paralizaban.
Con terror inmovilizaban, naturalizaban, neutralizaban. Y mataban, completé en silencio, para empezar la reflexión interna. Flor de aparato increíblemente terrorista fabricaron e hicieron funcionar exitosamente aceitado como para anular toda capacidad racional, e incluso instintiva, de un pueblo entero.
Sólo así se entiende que los gritos silenciosos no se escucharan. Porque, es cierto, estaban amordazados. Pero ¿alguien duda de la capacidad que tiene la piel para emitir gritos desgarradores de dolor? ¿alguien se atreve a negar que cuando es excesivo, el sufrimiento se expresa hasta en la inhalación y expiración del aire que nos mantiene aún con vida? ¿o acaso no aturde el silencio del espacio vacío que dejan los que ya no están?.
Muchos durmieron, amanecieron, trabajaron, comieron, jugaron y rieron con los oídos cerrados a los gritos, no de uno, no de dos, ni de cien personas, sino de decenas de miles.
El terror cerró los oídos de millones, obligándolos a contribuir con milésimas y milésimas de segundos apilados en la construcción de una realidad que se les cayó encima cuando ya estaba completamente podrida, cuando el hueco de los sueños muertos en los corazones de sus soñadores era demasiado enorme.
Muchos otros cerraron sus oídos, conscientemente. Y sus párpados. Y cruzaron sus brazos. Y abrieron sus bocas sólo para consentir, por convicción, por orden divina, por omisión, desinterés, comodidad o por desidia. Y caminaron con sus instantes al hombro sabiendo perfectamente dónde ubicarlos en la pila de instantes. Sin sus manos, claro, aquel grupete de monstruosos hijos de puta no hubiese podido con la edificación, por más sangriento poder que hubieran concentrado en sus manos.
¿Y ahora, entonces? Porque las partecitas de segundos nunca paran de amontonarse. La rueda nunca deja de girar y nosotros, de cargar de sentido a cada una de esas partecitas que utilizamos del tiempo.
Hacer fuerza para afilar el sentido auditivo que, supuestamente se recuperó hace una quincena de años, sería una buena forma de pintar de otro color los granitos de momentos con los que contribuimos a la montaña real. Afinarlo bien para escuchar atentamente a quienes que estén gritando a través de su piel, desgarrados de dolor. Porque que los hay, los hay. Sus alaridos se mezclan con los estruendos que hacen sus estómagos famélicos.
La vista sería una opción más directa, porque obliga a descubrirlos caminando a la par nuestra. Pero casi nunca funciona. Desaparecidas las tinieblas del terror, hoy triunfa un mágico polvo que vuelve invisible a la humanidad de los que sufren. No es terror, entonces. No. Pero, ¿qué?

lunes, marzo 16

..tRotAMunDoS..


Pita su cigarro y asegura que unas 89 veces, por lo menos, su valija acompañó a su enorme humanidad al gigante territorio del norte. Esa vieja valija. Llena de piedras comunachas en los paraísos patagónicos por las que los bobos anglosajones pagaron fortunas, creyéndolas preciosas.
Libera de alquitrán sus pulmones con la frente al cielo abierto de las primeras horas del día. Mira de reojo a su interlocutor y descubre que la presa ha mordido el anzuelo; el tamaño de esos ojos, enormemente abiertos, no podía deberse a otra cosa más que al deslumbramiento. Y el deslumbramiento, a ninguna otra razón más que a aquella demoledora confesión. ¡89 veces, sólo para vender piedras! ¡Ja!…
“Son tontos. Son todos tontos”, susurra, entonces, Orlando, con la voz dañada por el tabaco. Habla de los habitantes del “Gigante del Norte”. Pero también de los “Orientales del Tajo del Pacífico”, y de los de la “Senil Europa”, que “de tan viejos están gagá”.
Todos ellos alimentaron su estómago, metieron combustible a sus pies y mucho dinero en sus bolsillos.
Hace rato que pasó los sesenta. Los surcos en los que estallan las uniones de sus párpados lo certifican. Lo que se esconde bajo esas persianas, no obstante, denotan cansancio. Un agotamiento que se explicaría lo suficiente con tan sólo decir que de esos sesenta y pico, más de treinta los pasó vagando por lugares repletos de tontos. Pero que, en verdad, se debe a los residuos que deja el maquinar de una mente en soledad durante la misma cantidad de años.
Se reconoce, ante el casual acompañante, incapaz de echar raíces en un lugar. “Soy lo que se dice un trotamundos”, desliza como si ésas fueran las últimas palabras de la novela de su vida. ¡Si habrá relatado piel adentro esa historia en la que con sólo le bastaba abrir las solapas de su arratonado piloto para remontar vuelo y planear de puerto en puerto! Considera callar esa parte fantástica del cuento. “Demasiada maravilla puede dejar seco al pibe”, piensa, mientras consume lo último del cigarro y decide tomarlo de la mano para llevarlo a pasear un rato por los sucuchos en los que se metía cuando jóven.
"Los pibes de hoy solo piensan en chupar hasta quedar tirados en la calle. Unos pelotudos", intenta, a fuerza de complicidades, tender un puente que lo una a quien se alejará en pocos minutos de su lado. Como todos.
¡Zaz! El interlocutor casual baja el ceño de asombro y pinta en su rostro el gesto de aquellos que dudan estar frente a un mismísimo chanta. No podía suceder otra cosa. Siendo adolescente, quedaba atrapado en el grupo de pelotudos.
Rápido, sólo tiene un par de segundos para dar vuelta el resultado. Sabía que la victoria se había alejado ya de su alcance, pero por lo menos un empate le era merecido. "Cuando yo era pibe, las minas era lo único que tenía en la cabeza. Lo primero en la lista de todo lo demás. Y si enganchaba a una, no la dejaba ir hasta que no se apagaba la vela. Ma' qué chupi ni que ocho cuartos .. ¡Jej!", arremete y calla, esperando el impacto.
No logra disipar las dudas sobre la veracidad de la experiencia, pero sí consigue curvar los labios del "pelotudo", antes de que éste se pierda entre la mañana.

jueves, marzo 5

..CarCAjAdAs..


Una tras otra aparecieron. Desde lo más profundo de la panza le nacieron, subieron rápido por su esófago y transformaron su cara hasta desfigurarla. A borbotones, las carcajadas la tomaron por asalto durante horas y la dejaron cansada, felizmente cansada.
Será que volvió al lugar donde nació con una veintena de años ya vividos. Será que el embrollo de esas voces, humo de cigarro, migas de galletita y yerba lavada le dan la paz que no logró encontrar en ningún otro sitio. Será el cosquilleo de las ganas que se despiertan sólo en esa habitación, y sólo con esas personas. Serán las ráfagas del aroma que tienen los tiempos de sueños cumplidos, de germinares de otros nuevos, de aprenderes, de crecimientos, de más pasos dados junto a aquellos que hacen que las ganas vuelvan a cosquillear. Será la reaparición de los cruces de miradas cómplices que demuestran que, estén en el lugar que estén, los ojos pueden encontrarse igual. Será la inminente llegada de aquellos que están al caer, o la certeza de que los que están lejos, están más cerca que nunca. Será que volvió a sentir que los abrazos son la mejor manera de irse del mundo, para volver al instante con el triple de fuerzas. O será que se levantó con ganas de reirse de las pelotudeces que a diario no le mueven un músculo. Si. Pudo haber sido eso. Y todo lo demás también (…).

martes, febrero 10

..LímItE..


Casi siempre pasa que las cosas, vistas en perpectiva y con varios días apilados encima, toman otra importancia. Muchos dicen que eso sucede porque uno, a la distancia, puede comprender de otro modo, analizar más elementos que antes se ocultaban detrás de nervios, ansiedad, miedo o alegría.
La cuestión es que sucede. Nadie te pregunta si querés medirte en esos términos: conocer tu reacción, probarte, sentir si la sangre corre más rápido por tus venas o si se estanca como lava.
Sucede y punto.
Te levantas una mañana y de repente tu habitación se convierte en un río gigante. Nada hay en todo el horizonte, más que agua mansa. Claro, no hace falta que exista el furioso oleaje de un huracán para que te aterre. La calma absoluta y la inmensa soledad pueden hacer contraer los músculos del cuerpo más valiente.
Vos y tus pies sumergidos en ese enorme río congelado. Ningún pedazo de tierra firme para donde salir corriendo. El corazón late a mil por segundo. Cada parte de tu ser tiembla como una hoja.
Ya no controlás a tu razón, que se da de lleno contra todo extremo posible. Blum. Blum. Blum. Tu cerebro se convierte en un flipper en el que vos sos la pelotita de acero. Viajás a toda velocidad con los ojos cerrados hasta que te golpeás contra cada sendero probable. Con cada impacto abrís los ojos y entonces todo cobra sentido. Un sentido que se esfuma como bocanadas de humo de cigarrillo. Y entonces… de nuevo apretás los párpados hasta otro porrazo.
Hasta que te decidís, sin medir consecuencias.
Guardás en los pulmones todo el aire que entre en ellos, pegás un salto y te zambullís de cabeza. El frío del miedo te congela hasta los huesos, pero ya es demasiado tarde para lágrimas.
Después de todo (pensás mientras hacés rendir cada metro cúbico de oxígeno inhalado), sabés que alguna orilla te recibirá siendo otra. Porque lo que no te mata, te hace más fuerte. Y te transforma.
Entonces lo vivido cobra otro sentido si ya no sos aquella que fuiste…

domingo, enero 11

..lO iRrEaL..


Amaneció por culpa de un rayo de sol que, obstinado, persistía en su afán de querer colarse por la rendija de la persiana.
Culpa del mismo haz de luz fue que sus ojos descubrieran algo distinto en esa realidad que la rodeaba desde hacía tiempo.
Hermosa revelación la de aquella mañana…
Recorrió con ellos la piel de ese ser que descansaba aferrado a su cintura.
Cada centímetro avanzado le traía cataratas de recuerdos.
Podía sentir como el pecho se inflaba hasta estallar. Y, de repente, la necesidad imperiosa de escapar, de pegar un salto y volar.
Cerró los ojos y se aferró con fuerza a ese mundo recién descubierto, como si ese fuera el pasaje que pudiera teletransportarla hacia donde todo aquello pudiera ser del todo real.
Y pestañó…
Se encontraba en el mismo lugar…
Sonrió. Suspiró…
Y volvió a dormirse.

jueves, enero 8


Es como abrir un telón, como descubrir la luz de la mañana detrás de aquellas pesadas cortinas. Como un suspiro tan profundo que hace que el aire oxigene cada mínima célula del cuerpo. Algo parecido a mirar al cielo y descubrir una inmensidad celeste tan poderosa que apabulla. Hipnotiza. Idiotiza.
Es como deshacerse del dolor a carcajadas; como exprimir cada segundo de alegría a los llantos; como encontrar la posición perfecta para dormir en algún recoveco de su cuerpo. Transporta.
Es como jugar a descubrir estrellas entre las ramas de los árboles; como caminar descalzo y sentir el universo en la planta de los pies. Agrada. Estremece hasta erizar la piel.
Recarga.
Tiene el sabor de una meta alcanzada o de una verdad descubierta. Tiene la fuerza de un abrazo cuyo único objetivo es traspasar fuerza.
Deslumbra. Paraliza.
Da valor, da calor. Engaña y se disfraza. Me engaña y se disfraza.
Sólo se deja ser por las noches, o cuando ve un lugar a las sombras del mundo, a oscuras, o cuando le escapa a las ataduras invisibles. Se convierte en sonido, en risa, o en mirada. A veces duele, siempre mata.
Pero a veces es tan intenso que quiebra las barreras de la piel y comienza a derramarse por los poros. Entonces lo pierdo a medida que camino, de a gotas, sin darme cuenta. Y me hace renacer.