jueves, enero 8


Es como abrir un telón, como descubrir la luz de la mañana detrás de aquellas pesadas cortinas. Como un suspiro tan profundo que hace que el aire oxigene cada mínima célula del cuerpo. Algo parecido a mirar al cielo y descubrir una inmensidad celeste tan poderosa que apabulla. Hipnotiza. Idiotiza.
Es como deshacerse del dolor a carcajadas; como exprimir cada segundo de alegría a los llantos; como encontrar la posición perfecta para dormir en algún recoveco de su cuerpo. Transporta.
Es como jugar a descubrir estrellas entre las ramas de los árboles; como caminar descalzo y sentir el universo en la planta de los pies. Agrada. Estremece hasta erizar la piel.
Recarga.
Tiene el sabor de una meta alcanzada o de una verdad descubierta. Tiene la fuerza de un abrazo cuyo único objetivo es traspasar fuerza.
Deslumbra. Paraliza.
Da valor, da calor. Engaña y se disfraza. Me engaña y se disfraza.
Sólo se deja ser por las noches, o cuando ve un lugar a las sombras del mundo, a oscuras, o cuando le escapa a las ataduras invisibles. Se convierte en sonido, en risa, o en mirada. A veces duele, siempre mata.
Pero a veces es tan intenso que quiebra las barreras de la piel y comienza a derramarse por los poros. Entonces lo pierdo a medida que camino, de a gotas, sin darme cuenta. Y me hace renacer.

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