domingo, diciembre 27

Le propusieron que escribiera un deseo, el suyo, en un pedacito de papel. “Quiero una ventana”, trazó. Ahí empieza el relato, y ahí mismo me pierdo…
¿Cómo que una ventana? Sí. Una de esas que se abren en varias de las paredes de una casa. De esas que a cualquiera le costaría imaginar que faltasen en una habitación. Logro figurarme el objeto de ese deseo, aunque me resulta ilógico que eso, una ventana, pueda ser anhelado por alguien, descontando las personas que sobreviven en las cárceles. Menos por un nene. O no. Porque tanto más inesperado es que un adulto desee una ventana.

Una ventana…
¿Qué hay de particular en una ventana?, ¿qué, de atrayente, divertido, supremo?
Nada, pienso mientras recorro las habitaciones de mi cuarto y me encuentro con una de ellas, enorme. Rápidamente mis ojos se escapan y viajan por el aire contando todas las ventanas que hay en la casa de mis viejos. Colman hasta desbordar los dedos de mis dos manos.
Es normal que los espacios cerrados tengan ventanas. Nada de particular les encuentro, entonces. Ni de atrayente, divertido. Mucho menos supremo. Y él escribió que deseaba una.
La reflexión dura unos pocos instantes y acaba en el justo momento en que la segunda parte del relato me da la pista fundamental. Y el tono con el que llega esa segunda parte, la leve suposición de que el que lo cuenta hizo el mismo y casi instantáneo recorrido mental, antes de que la realidad le inyectara por los ojos la explicación, ese suero paralizante, gélido. Ese monstruo gigante tan invisible para tantos.
“Vive en una casilla de chapa. Parece una caja de zapatos. No tiene ventanas”.
La deducción concluye, la mescolanza de dudas cuaja en certezas. Y yo me siento una obtusa. El monstruo cantó “pica para todos mis compas” mientras yo, incapaz de correrme de la línea predecible de mi realidad, buscaba la explicación en las respuestas a preguntas equivocadas.
No se trata de desear una ventana por sus características, sino por sus cualidades. En el ¿qué permite una ventana? y en las miles de respuestas a ese interrogante se esconde el fundamento del deseo de aquel pibe.
Desde el centro de una pieza de chapas, una ventana es la puerta de entrada –o de salida-- al mundo, a ese que puede ser una mierda, pero que ofrece opciones, historias, caminos y otras puertas, otros mundos; pasadizo directo al sol; tubo de oxígeno. En una caja de zapatos, una ventana es aquello que condena con la pena de muerte a la oscuridad y al encierro; es una tarjeta vip de ingreso a la imaginación y a la vida.
Entonces, comprendo el anhelo de ese pibe, pero desde la distancia abismal que marca mi existencia: una hecha de paredes de cemento repletas de ventanas. Una distancia que sólo me permite comprender, pero no sentir.
Me toca de nuevo contar en la escondida, luego de haber aprendido a usar las ventanas de mi vida para cantar piedra libre a la realidad, y a caminar con más ganas todavía de seguir abriendo ventanas en cada pared que encuentre.

jueves, diciembre 10


...Pesa el cuerpo. Cómo pesa... Pesan en el cuerpo tantas armaduras, tantos disfraces, tantas capas acumuladas.Arde la carne al intentar arrancarlas, una a una, y brotan las lágrimas.
Quiero estar desnuda frente al espejo, de una vez y para siempre...