miércoles, agosto 26

Del barr(i)o a la ciudad


Los únicos que pueden hablar de pobreza son los que tienen metidos los pies en el barro
Padre francisco -- Isla Maciel

Ahí estaban. Hombres, mujeres y niños de barr(i)o. Desperdigados por la ancha Avenida de Mayo, intentaban abrir la trajeada tarde del oficinista microcentro porteño a fuerza de sus “desocupados” pantalones de joggin, termo bajo el brazo y migajas de tortas fritas compartidas entre decenas de bocas.

Había que verlos mirar tanta corbata y cartera. Había que ver, para creer, la brutal indiferencia con que esas sedas y esos cueros devolvían aquellas miradas. Había que ver todo aquello para entender cuánto puede asustar lo oscuro. Aquello que se ennegrece hasta convertirse en sombra de tanto pisar el barr(i)o húmedo, el lodo que el agua del riacho contaminado o de los caños instalados a golpe y porrazo fabrica al rozarse con la tierra que invade hasta las partículas de aire que se respira. Son sombras. Sombras que amenazan con lo posible, con lo que está al acecho de manera permanente.

Dedos de manos blancas, limpias, acariciaban corbatas de seda y carteras de cuero que (por suerte) colgaban de cuellos y hombros a modo de salvación. Las tranquilizaban ante tanta amenaza.

Ahí estaban ellos, pues, inundándolo todo de barr(i)o viviente. Queriendo pisar con fuerza “la calle que no es de ellos solamente. Porque hay que hacerles entender a los que miran desde arriba que la calle es del pueblo”, escupieron los parlantes desde acoplado de un camión que aquella tarde fue escenario improvisado. La calle es de(l) barr(i)o.

Y ahí estuvieron por un par de horas, transformando esa calle en canal de difusión para poner delante de los ojos de las distnguidas corbatas y las coquetas carteras de cuero la realidad de barr(i)o. Su realidad. Una hecha de carencias, de huecos, de sangre que hierve hasta calcinar en verano y hiela hasta congelarse en invierno. De mosquitos, basura y goteras. De falta de pupitres y consultorios médicos.

Eso hicieron los de pies enfangados de barr(i)o. Invitaron a conocer lo suyo, a compartirlo aunque sea a través de palabras de aire. Recibieron silencio e indiferencia. Una nada tan dura como la piedra de esa calle oficinista que no es ni desocupada, ni sucia, ni negra. No es de barr(i)o.

“Qué ganas de romper las pelotas que tiene la gente”, se escuchó a una cartera blasfemar indignada. Y el barr(i)o volvió al barr(i)o.

jueves, agosto 13

..cOmIenZo SiN fiN..


....“Todo pudo haber sido distinto”....
La puerta se había cerrado hacía rato frente a su nariz colorada del frío, generando un eco en el sonido de las palabras que salieron de la boca de él. Hacía rato también que ella ya no estaba frente a la madera oscura que tantas veces se había cerrado tras dejarla pasar.
Las escuchaba aún retumbar. Y acariciaba el vidrio de la ventanilla del tren como si pudiera acariciarlas. Hubiera jurado que las tuvo entre sus manos, y que entre ellas se escurrieron. Eran tan suaves como la piel del rostro de Joaquín. Habían pasado un par de años, nomás. Pero tanto le sirvieron a él para crecer, que Violeta no pudo más que enmudecer al verlo. La madurez de un hombre construyéndose podía leerse en esos ojos transparentes como la miel que le daba tono.
¿Dónde iría ahora? ¿Qué otra puerta tocar? Había varias, aunque todas demandaban la misma fuerza de espíritu que en ese momento Violeta no tenía.
Maldijo a Joaquín por su tozudez, por su rencor, pero más que nada lo maldijo por saber que tenía la razón en sostener todas aquellas actitudes. Siempre odió que tuviera la razón, aunque ese detalle haya sido uno de los que la empujó a sus brazos, bajando la guardia por completo.
Necesitaba mirarlo y que esta vez no sólo hablarle con el alma. Bajar al mundo de los humanos, ese que siempre se negaron a habitar cuando estaban juntos, y usar la voz y las palabras. Había perdido todo y vuelto a recobrarlo. Y había sobrevivido a todo, menos a su falta. Necesitaba contarle las veces que pensó en rogarle que apostara a la huida con ella, y los motivos que la obligaron a callar. La inseguridad de no ser suficiente todo para nadie.
Pero se encontró con esa misma puerta de madera oscura.
Nunca esperó que la recibiera con muecas de felicidad. Simplemente aguardaba, esperanzada, que la rendija que estaba abierta el último día que lo vio siguiese abierta y por allí pudiera escabullirse para explicar, contar, compartir y ofrecerle su vida de nuevo.
No sabía tampoco lo que la esperaba en casa. Enojos, seguro. Abrazos con sabor a nostalgias. Miradas de re-conocimiento, Las cicatrices seguían tan marcadas como siempre y no sería difícil volver a abrir las heridas. Se sabía distinta y eso la avergonzaba un poco. Era prácticamente imposible volver a ser la violeta de aquellos días.
Cayó en la cuenta de que era sólo vidrio lo que sus dedos rozaban desde el interior del vagón del ex Roca, que seguía tan acogedoramente roto como el día que se lo tomó sin boleto de vuelta, justo cuando una lágrima se volcó sobre su antebrazo. Corrió la imagen de Joaquín a un costado de sus retinas y enfocó la vista en el afuera. No reconoció el paisaje. Se había pasado varias estaciones. O quizá no se animó a bajar. Y siguió.
Se secó la mejilla y se paró bien pegada a la puerta, como para que el viento frío congelara la tristeza hasta hacerla desaparecer. Esa maldita angustia que ni las montañas, ni cielos furiosamente azules ni mares de templadas esmeraldas supieron arrebatarle de la mochila.
Esas sensaciones oscuras de sentir todo en vano; de mirar atrás y no encontrar más que recuerdos borrosos, ilegibles. Ese temblor que la invadía cada vez que intentaba en futuro, como si la tierra se partiera al medio en el mismo punto en donde estaba parada, dispuesta a tragarla de un bocado.
Frenó el desliz del vagón sobre las vías. Se abrieron las puertas y sus botas color rojo gastado pisaron, una tras otra, tras otra, tras otra, el cemento curtido del andén para empezar de nuevo sin haber terminado nada de nada.

lunes, agosto 10

Mujeres con historia(*)


(*)Por mamá Mabel

En una, toda la vida esta allí, en su cara. Ojos grandes, tiernos, cálidos que abrazan con solo mirarla. Frente ancha, como para alojar tantas esperanzas, tantos pensamientos.
Labios frescos, rosados que dejan escapar siempre una risa estridente, sonora, música de su alma, de sus años jóvenes, de su vida casi recién estrenada.
En la otra, su cara también estallaba de vida: salvaje, obcenamente bella, histriónica. Mirada distante, a veces triste y a veces dulce. A veces inquisidora. Lengua filosa, sincera hasta la médula. Que pocas veces dejaba cosas guardadas.
Las dos con una historia común, compartida. Hoy a la distancia, tan iguales y tan diferentes a la vez.
Caminaron juntas el camino de la infancia amándose y odiándose, buscándose y rechazándose. El aire se arremolinaba alrededor de ellas envolviéndolas en fuertes y apasionadas ráfagas cuando compartían horas y horas de juegos interminables, imaginados fantásticos. O charlas que marcaban sus madrugadas. No había sosiego cuando estaban juntas.
De sus días rebeldes de infantes pasaron a compartir experiencias de adolescentes, la una cobijándose en la otra, llenando de amor los espacios que con el tiempo dejaron de compartir.
Sus caminos tomaron rumbos distintos y hoy ya adultas se encuentran cada vez que lo necesitan. Café de por medio, ya sin caprichos ni mandoneos, con el alma abierta, casi en carne viva.
El vínculo sanguíneo por el que se encontraron en este mundo cedió paso al amor incondicional generoso y apasionado que todavía hoy las mantiene unidas.
-Me gustó tu libro. Me llegó hasta las entrañas. Lo sentí como un cosquilleo que empezó con la primera frase y no terminó hasta que leí la última. “Me aburrí, no quiero jugar más”. Así empieza ¿no?
-Creo que me lo van a editar en España. Tengo que viajar para allá- dijo sin omnipotencia ni falso orgullo.
-¡Otra vez te vas! Recién llegás y ya te rajás de nuevo.. Estás loca. Pará un poco, parece que siempre estás de paso. Acá también se te necesita...
-Lo que pasa que tengo que cubrir una nota en Etiopía sobre Médicos sin fronteras y aprovecho el viaje. En el diario me están insistiendo para que vaya y bueno...
-Me gustaría que cuando volvieras nos juntemos con Martín. Está con ganas de llevar tu libro al teatro. De armar la puesta de una comedia musical con él. ¡Sería impresionante! Si nos ayudas con el guión estaría buenísimo.
-No me jodás... ¿Me lo estás diciendo en serio?- sintió que el piso se le movía bajo sus pies.
-Por supuesto, tenemos en la cabeza cada cuadro, cada tema, vestuario, música. ¡Estamos reentusiasmados! Pero te necesitamos a vos, la creadora de la historia -hablaba y su apasionamiento de actriz, salía por cada poro de su piel. Sus ojos y su voz despedían rayos de luz que iluminaban su cara como cuando era nena y lograba que finalmente que la que tenía en frente de ella hoy aceptara jugar con las barbies, y no a la oficina como lo hacían casi siempre.
-¡Que increíble- le dijo -Yo que pensaba decirte que hoy me emocionaste como nunca con la obra, que cada día actuas mejor, que sos la mejor actriz que conozco y cada vez que veo una interpretación tuya siento una profunda admiración por vos... Al final terminamos hablando de mí.
-Cómo siempre- dijo aquella que había nacido y vivido para hacer lo que más le gustaba en el mundo: actuar -Como cuando éramos chicas y en lo mas divertido del juego te aburrías y no querías más. O cuando te dormías en la parte de la charla en que yo necesitaba que me escucharas- comenzó a reírse con risa de pájaro libre y tomó de las manos a la mujer que tenía en frente -Siempre terminamos hablando de vos, y lo digo sin recelos. Por que alguna vez tenés que entender lo valiosa que sos, sin necesidad de que los demás te lo tengamos que estar diciendo. Sos buena, excelente en lo tuyo pero la primera que debe comprenderlo sos vos, muñeca. ¿Cuçando vas a recibir la admiración de los demás como algo natural, necesario? ¿Cuándo vas a dejar de huir de vos misma?

Volvieron a tomarse fuertemente de las manos, el café se les había enfriado y pidieron otro. La charla se extendió por horas. Hacía tiempo que no se encontraban.
Después de acariciarse con halagos y de tirarse de las orejas mutuamente, llegó el momento de los recuerdos. Siempre volvían a ellos, eran como imanes. Se reían a carcajadas repitiendo las mismas anécdotas, reviviendo tantas tardes de domingos compartidas. ¡Cómo necesitaban esto para sentirse vivas!
No era nostalgia. Lo sentían como un recargar las pilas, como llenarse de energía de la buena para poder seguir cada una en lo suyo, pero siempre conectadas por ese hilo invisible de la vida.
Mas tarde llegaron a la charla los restantes miembros de la familia. Los viejos y sus soledades tan difíciles de manejar. Los hermanos y primos queridos, admirados. Los momentos buenos y los malos que siempre compartieron y que tanto les sirvieron para crecer.
Cuando se dieron cuenta que el bar estaba cerrando, pagaron a medias lo que habían consumido y se despidieron con un abrazo intenso, apretado. Saboreando entre risas y bromas el éxito que tendría la comedia musical que pondrían en escena, ni bien la escritora regresase del viaje planeado y pudieran juntarse una vez más para entibiar sus almas.

Finalmente el telón se levantó. Detrás de bambalinas solo había histeria y nervios. Todo era nervios y voces subidas de tono.
-Quién me habrá mandado... Yo no soy para esto- decía la escritora encargada del guión.
-Quedate tranquila. Todo va salír bien- decía el director de la obra, aunque también se lo veía ansioso.
-¡Nada me sale hoy! Va a ser un papelon... No me acuerdo de la letra- decía la primera actriz.

La música a todo volumen marcaba el inicio de la obra y ya no había vuelta atrás. La magia del teatro inundó el lugar sin pedir permiso a nadie.
Ultimo acto. Todos a escena. Todo terminó.
Se bajó el telón, casi en el mismo momento en que comenzaron los aplausos, los vítores, la gente de pie. Los actores saludaron nuevamente. Tuvieron que salir varias veces al escenario.
La primera actriz miraba sin ver al público. Sólo era feliz. La escritora, reía y lloraba a la vez, detrás de las bambalinas. Toda la familia estaba en la platea.
Cuando todo hubo terminado y mientras festejaban en los camarines, la primera actriz le dijo a la escritora: "Esta vez el juego lo elegí yo y por suerte te quedaste hasta el final. Lo terminamos juntas".