martes, febrero 10

..LímItE..


Casi siempre pasa que las cosas, vistas en perpectiva y con varios días apilados encima, toman otra importancia. Muchos dicen que eso sucede porque uno, a la distancia, puede comprender de otro modo, analizar más elementos que antes se ocultaban detrás de nervios, ansiedad, miedo o alegría.
La cuestión es que sucede. Nadie te pregunta si querés medirte en esos términos: conocer tu reacción, probarte, sentir si la sangre corre más rápido por tus venas o si se estanca como lava.
Sucede y punto.
Te levantas una mañana y de repente tu habitación se convierte en un río gigante. Nada hay en todo el horizonte, más que agua mansa. Claro, no hace falta que exista el furioso oleaje de un huracán para que te aterre. La calma absoluta y la inmensa soledad pueden hacer contraer los músculos del cuerpo más valiente.
Vos y tus pies sumergidos en ese enorme río congelado. Ningún pedazo de tierra firme para donde salir corriendo. El corazón late a mil por segundo. Cada parte de tu ser tiembla como una hoja.
Ya no controlás a tu razón, que se da de lleno contra todo extremo posible. Blum. Blum. Blum. Tu cerebro se convierte en un flipper en el que vos sos la pelotita de acero. Viajás a toda velocidad con los ojos cerrados hasta que te golpeás contra cada sendero probable. Con cada impacto abrís los ojos y entonces todo cobra sentido. Un sentido que se esfuma como bocanadas de humo de cigarrillo. Y entonces… de nuevo apretás los párpados hasta otro porrazo.
Hasta que te decidís, sin medir consecuencias.
Guardás en los pulmones todo el aire que entre en ellos, pegás un salto y te zambullís de cabeza. El frío del miedo te congela hasta los huesos, pero ya es demasiado tarde para lágrimas.
Después de todo (pensás mientras hacés rendir cada metro cúbico de oxígeno inhalado), sabés que alguna orilla te recibirá siendo otra. Porque lo que no te mata, te hace más fuerte. Y te transforma.
Entonces lo vivido cobra otro sentido si ya no sos aquella que fuiste…