martes, diciembre 30

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La verdad duele. O es la distancia. Sea lo que sea, duele.
De repente, una nueva existencia no acepta lugar para un nosotros. De repente, ese nosotros nunca fue tal, al parecer. Y así, tan de repente como aparece sobre la mesa, convierte en duda la certeza con la que me aferré a esos días compartidos, y me hace tambalear.
Entonces, ahora ya todo es confuso. Las risas pierden el sonido, las charlas, esa mística tan única que sentía nos rodeaba cada vez que intercambiábamos palabras, y las miradas, su línea de cruce. Mis ojos comienzan a perder a esos otros ojos en los recuerdos… y me duele como si fuera la misma piel la que me estuvieran arrancando.
Dudo, decía, de que haya existido todo aquello, para inmediatamente después pasar a un estado de rabia feroz. Porque sé que nada se construye de a uno, menos algo que cuenta con amor –de cualquier tipo-- como base sólida. Muchísimo menos algo parecido al amor que nos ¿unía? Existió, sí. Fuimos, sí, artífices e intérpretes de todo aquello.
El freno se presionó a fondo, la dirección cambió bruscamente y te lleva. Te aleja cada véz más de eso que una vez fue motivo de acuerdos, de discusiones y entendimientos, de satisfacciones, abrazos, alientos y cagadas a pedos.
Por eso me duele la distancia.
Pero entiendo. O, mejor dicho, comprendo, como aclaró bajo un sol de verano y con olor a despedida alguien cuya partida, que la llevará hacia horizontes más lejanos aún, no implica fin alguno.
Comprendo las decisiones, aunque me es imposible encontrar las palabras justas para dibujar un puente que permita cargar de implicancia a ese alejamiento.
Dejan muchos huecos los silencios. Y entonces todo termina reduciéndose a la desilusión, el aburrimiento o la incompatibilidad irreparable... Sentimientos inexistentes hasta donde termina mi reconstrucción.
Comprendo, sí. Pero no entiendo. O, mejor dicho --y esta vez soy yo la que aclara-- respeto. Porque cada uno es dueño de sus pasos; cada quien sostiene y maneja el lápiz con el que escribe su historia como prefiera.
Nuestras decisiones son las armas con las que nos defendemos de las malas jugadas del destino, y las herramientas que nos sirven para recomponernos, rearmarnos, respirar y seguir luego de las --malas y buenas también-- jugadas de quienes nos acompañan o alguna vez lo hicieron.
Y aún así, le falta algo a tanta comprensión, tanta racionalidad, tanto respeto. La madurez se desmorona y me desnuda.
Me falta ese impulso que antes me hacía creer que podía volar, llegarme hasta tu lado, abrazarte y decirte que te quiero como a pocos, que te extraño horrores, y volver a mi sitio con el pecho inflado.
Quizás sea eso, de todo aquello, lo que más dolor me genere.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Es posible que mañana muera y en la tierra no quedara nadie que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor y otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona, otros que era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas." (Lermontov, "Un héroes de nuestro tiempo")
AFD