jueves, agosto 13

..cOmIenZo SiN fiN..


....“Todo pudo haber sido distinto”....
La puerta se había cerrado hacía rato frente a su nariz colorada del frío, generando un eco en el sonido de las palabras que salieron de la boca de él. Hacía rato también que ella ya no estaba frente a la madera oscura que tantas veces se había cerrado tras dejarla pasar.
Las escuchaba aún retumbar. Y acariciaba el vidrio de la ventanilla del tren como si pudiera acariciarlas. Hubiera jurado que las tuvo entre sus manos, y que entre ellas se escurrieron. Eran tan suaves como la piel del rostro de Joaquín. Habían pasado un par de años, nomás. Pero tanto le sirvieron a él para crecer, que Violeta no pudo más que enmudecer al verlo. La madurez de un hombre construyéndose podía leerse en esos ojos transparentes como la miel que le daba tono.
¿Dónde iría ahora? ¿Qué otra puerta tocar? Había varias, aunque todas demandaban la misma fuerza de espíritu que en ese momento Violeta no tenía.
Maldijo a Joaquín por su tozudez, por su rencor, pero más que nada lo maldijo por saber que tenía la razón en sostener todas aquellas actitudes. Siempre odió que tuviera la razón, aunque ese detalle haya sido uno de los que la empujó a sus brazos, bajando la guardia por completo.
Necesitaba mirarlo y que esta vez no sólo hablarle con el alma. Bajar al mundo de los humanos, ese que siempre se negaron a habitar cuando estaban juntos, y usar la voz y las palabras. Había perdido todo y vuelto a recobrarlo. Y había sobrevivido a todo, menos a su falta. Necesitaba contarle las veces que pensó en rogarle que apostara a la huida con ella, y los motivos que la obligaron a callar. La inseguridad de no ser suficiente todo para nadie.
Pero se encontró con esa misma puerta de madera oscura.
Nunca esperó que la recibiera con muecas de felicidad. Simplemente aguardaba, esperanzada, que la rendija que estaba abierta el último día que lo vio siguiese abierta y por allí pudiera escabullirse para explicar, contar, compartir y ofrecerle su vida de nuevo.
No sabía tampoco lo que la esperaba en casa. Enojos, seguro. Abrazos con sabor a nostalgias. Miradas de re-conocimiento, Las cicatrices seguían tan marcadas como siempre y no sería difícil volver a abrir las heridas. Se sabía distinta y eso la avergonzaba un poco. Era prácticamente imposible volver a ser la violeta de aquellos días.
Cayó en la cuenta de que era sólo vidrio lo que sus dedos rozaban desde el interior del vagón del ex Roca, que seguía tan acogedoramente roto como el día que se lo tomó sin boleto de vuelta, justo cuando una lágrima se volcó sobre su antebrazo. Corrió la imagen de Joaquín a un costado de sus retinas y enfocó la vista en el afuera. No reconoció el paisaje. Se había pasado varias estaciones. O quizá no se animó a bajar. Y siguió.
Se secó la mejilla y se paró bien pegada a la puerta, como para que el viento frío congelara la tristeza hasta hacerla desaparecer. Esa maldita angustia que ni las montañas, ni cielos furiosamente azules ni mares de templadas esmeraldas supieron arrebatarle de la mochila.
Esas sensaciones oscuras de sentir todo en vano; de mirar atrás y no encontrar más que recuerdos borrosos, ilegibles. Ese temblor que la invadía cada vez que intentaba en futuro, como si la tierra se partiera al medio en el mismo punto en donde estaba parada, dispuesta a tragarla de un bocado.
Frenó el desliz del vagón sobre las vías. Se abrieron las puertas y sus botas color rojo gastado pisaron, una tras otra, tras otra, tras otra, el cemento curtido del andén para empezar de nuevo sin haber terminado nada de nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellísimo.

Nahuel Lag dijo...

Camine Violeta, gaste el mundo con las botas... Gaste traquila, que no hay mundo en dos que paren sus pasos, ni lo que sintió en cada momento...