martes, abril 21


Dar media vuelta y empezar a irse.
Ese momento, el que te empuja a dar el paso y cruzar la línea que convierte el plano de todo lo cotidiano en una historia diferente, se transforma, en un abrir y cerrar de ojos, en el exacto y preciso instante para no hacerlo.
O para hacer todo lo contrario.
Para qué quitarse una a una las prendas que cubren toda su esencia y posarse desnuda sobre el exhibidor. No vale la pena. No sabe dar amor sin cuidar a los demás del impacto que ese amor puede llegar a provocar.
¿Qué impacto? Qué idiota…
Ninguna clase de amor puede ser tan dañino para tomar semejantes recaudos. Ningún amor hace mal. Ninguno duele. Ninguno… hasta que falta.
La falta de amor destroza, deja sin aire, aniquila los nervios.
Mata de tristeza. Lo sabe, porque murió una vez.
Y aunque en el fondo también sabe que su amor es infinito, que sabe (porque algún día supo) deshacerse hasta de ella misma por entregarlo, da media vuelta y empieza a irse.
Entonces, aprieta fuerte sus brazos, como para mantenerlos pegados a su cuerpo y no dejarlos volar hasta otro cuerpo. Y esquiva miradas que congelan el mundo sólo para ella y que se lo regalan de una vez y para siempre. Se muerde la lengua, se traga palabras.
Da media vuelta y empieza a irse.

1 comentario:

Inquicidor de treintañeros dijo...

El día que los psicólogos puedan revisar todos los blogs, agarremosnons... Mientras lo podemos usar como espejo parlante, espejo que reflexiona y aconseja. Claro, dependiendo de quién se reconozca reflejado. Así va la literatura de instrospección en introspección.