lunes, marzo 10

..RedEs..


Amaneció segura de su conclusión. "No quiero ser más esto, quiero sentirme otra persona", repitió mentalmente, aunque con tanta fuerza que hasta tuvo miedo de que sus palabras despertaran a los vecinos de piso. Todavía estaba acostada. El apoyo de su pie izquierdo en el suelo y el impulso con el que se levantó le sirvieron como en punto final con el que cerró la oración escrita por su pensamiento. El sol manchaba apenas su balcón y eso la ponía contenta. Prendió la ducha, se desnudó y se zabulló en la lluvia bien caliente, como a ella le gustaba.
Aún con grandes bolsas que subrayaban sus ojos, oliendo a perfume del shampoo y con dos o tres mates en el estómago cerró la reja de un portazo, como siempre. Comenzó a andar y, como quien pone en foco la lente de una cámara, empezó a sentir que la seguridad que la levantó de la cama se quedaba en cada paso que daba. El gran espacio que hora y media atrás ocupaba aquella gran certeza, se llenaba con interrogantes. “Y eso que hoy es un día hermoso”, se asombraba, asociando casi al unísono el hecho de que algunos reyes maldicen los días así… Poco a poco la melodía se apoderaba de sus pensamientos. No borraba las preguntas, las molestísimas y siempre presentes preguntas, pero lograba arrinconarlas, adormecerlas y mantenerlas en silencio durante unos instantes. Por lo menos hasta que llegara el punto en donde no se acordara de cómo seguía la letra de la canción.
Las frases difíciles de aquel rey sí que eran más fuertes que los pesados signos. No así el tan taran tarararantan de su mala memoria. Entonces contraatacaban a medida que divisaba el bondi a un par de cuadras. Era increíble. Podía imaginarse el interior de su cabeza como un gran tejido de preguntas. Porque una se respondía con dos o tres, así que no hacían falta ni siquiera una decena para que en pocos minutos el bocho se le transformara en un total quilombo. Uno veinte, por favor.
Se acomodó como pudo, entre el codo de un señor trajeado, las maniobras de un chofer que pareció haber tenido la peor noche de su vida, la mochila de un púber y el mal aliento de una vieja. Cerró los ojos, que aún seguían acompañados de las bolsas, y se acordó de él. Del abrazo de sus palabras y de aquel otro, más fuerte, que luego le dieron sus ojos. Fue la segunda sonrisa que tomó su cara por asalto. La primera la sufrió en la ducha, pensando en otro persona. Volvió a abrir los párpados y el chico que intentaba su mejor pose popstar frente al espejo retrovisor del gol que manejaba fue el culpable de la tercer risa de la mañana. Acompañada, esta vez, con un poco de ruido. Pero el cantante de automóvil compartía la ¿agradable? responsabilidad con la imagen mental de otros tiempos. De esos buenos, de esos firmes. De esos que llegan con tanta fuerza que logran esfumar toda pregunta. Y es otra la cadena de asociación libre que comenzó a tejerse, no de interrogantes, sino de buenos momentos inmortalizados en forma de instantáneas. Seguramente alguno de ellos interrumpirá las uniones con nuevas dudas, porque traen personas o hechos que para ella son grandes y eternos ¿QUÉ? No le importó. A través de ellos recorría cada parte de su ser. Y volvía a ser ella, mientras se llenaba otra vez de fuerza. Por lo menos, durante el tiempo que duró que viaje en colectivo.

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