jueves, marzo 26


“Ahora es distinto. Que no nos enteramos de muchas cosas que pasan, es verdad. Pero ahora es distinto”, setenció mientras pasaba el trapo rejilla a la mesada, como si con el gesto escribiera la palabra “fin” al día.
La realidad es un pilón de décimas de segundos que no paran de amontonarse. Nunca paran. No hay manera de evitar que eso suceda. No hay forma de evitar nuestra contribución en la construcción de esa montaña de pequeños momentos. ¿No la hay?
Entonces, la cabeza se me llenó de interrogantes y me costó horrores encontrar alguna afirmación. Cuando en esa pequeña charla, preludio del final del día, no quedó espacio en el cerebro para más preguntas, opté por dejar salir algunas por la boca –mientras muchas otras se chorreaban por los poros, perdiéndose en la nada del aire--.
--¿Cómo se levantaban todos los días sin tener ganas de salir a romper todo?
--El terror. Con el terror paralizaban.
Con terror inmovilizaban, naturalizaban, neutralizaban. Y mataban, completé en silencio, para empezar la reflexión interna. Flor de aparato increíblemente terrorista fabricaron e hicieron funcionar exitosamente aceitado como para anular toda capacidad racional, e incluso instintiva, de un pueblo entero.
Sólo así se entiende que los gritos silenciosos no se escucharan. Porque, es cierto, estaban amordazados. Pero ¿alguien duda de la capacidad que tiene la piel para emitir gritos desgarradores de dolor? ¿alguien se atreve a negar que cuando es excesivo, el sufrimiento se expresa hasta en la inhalación y expiración del aire que nos mantiene aún con vida? ¿o acaso no aturde el silencio del espacio vacío que dejan los que ya no están?.
Muchos durmieron, amanecieron, trabajaron, comieron, jugaron y rieron con los oídos cerrados a los gritos, no de uno, no de dos, ni de cien personas, sino de decenas de miles.
El terror cerró los oídos de millones, obligándolos a contribuir con milésimas y milésimas de segundos apilados en la construcción de una realidad que se les cayó encima cuando ya estaba completamente podrida, cuando el hueco de los sueños muertos en los corazones de sus soñadores era demasiado enorme.
Muchos otros cerraron sus oídos, conscientemente. Y sus párpados. Y cruzaron sus brazos. Y abrieron sus bocas sólo para consentir, por convicción, por orden divina, por omisión, desinterés, comodidad o por desidia. Y caminaron con sus instantes al hombro sabiendo perfectamente dónde ubicarlos en la pila de instantes. Sin sus manos, claro, aquel grupete de monstruosos hijos de puta no hubiese podido con la edificación, por más sangriento poder que hubieran concentrado en sus manos.
¿Y ahora, entonces? Porque las partecitas de segundos nunca paran de amontonarse. La rueda nunca deja de girar y nosotros, de cargar de sentido a cada una de esas partecitas que utilizamos del tiempo.
Hacer fuerza para afilar el sentido auditivo que, supuestamente se recuperó hace una quincena de años, sería una buena forma de pintar de otro color los granitos de momentos con los que contribuimos a la montaña real. Afinarlo bien para escuchar atentamente a quienes que estén gritando a través de su piel, desgarrados de dolor. Porque que los hay, los hay. Sus alaridos se mezclan con los estruendos que hacen sus estómagos famélicos.
La vista sería una opción más directa, porque obliga a descubrirlos caminando a la par nuestra. Pero casi nunca funciona. Desaparecidas las tinieblas del terror, hoy triunfa un mágico polvo que vuelve invisible a la humanidad de los que sufren. No es terror, entonces. No. Pero, ¿qué?

lunes, marzo 16

..tRotAMunDoS..


Pita su cigarro y asegura que unas 89 veces, por lo menos, su valija acompañó a su enorme humanidad al gigante territorio del norte. Esa vieja valija. Llena de piedras comunachas en los paraísos patagónicos por las que los bobos anglosajones pagaron fortunas, creyéndolas preciosas.
Libera de alquitrán sus pulmones con la frente al cielo abierto de las primeras horas del día. Mira de reojo a su interlocutor y descubre que la presa ha mordido el anzuelo; el tamaño de esos ojos, enormemente abiertos, no podía deberse a otra cosa más que al deslumbramiento. Y el deslumbramiento, a ninguna otra razón más que a aquella demoledora confesión. ¡89 veces, sólo para vender piedras! ¡Ja!…
“Son tontos. Son todos tontos”, susurra, entonces, Orlando, con la voz dañada por el tabaco. Habla de los habitantes del “Gigante del Norte”. Pero también de los “Orientales del Tajo del Pacífico”, y de los de la “Senil Europa”, que “de tan viejos están gagá”.
Todos ellos alimentaron su estómago, metieron combustible a sus pies y mucho dinero en sus bolsillos.
Hace rato que pasó los sesenta. Los surcos en los que estallan las uniones de sus párpados lo certifican. Lo que se esconde bajo esas persianas, no obstante, denotan cansancio. Un agotamiento que se explicaría lo suficiente con tan sólo decir que de esos sesenta y pico, más de treinta los pasó vagando por lugares repletos de tontos. Pero que, en verdad, se debe a los residuos que deja el maquinar de una mente en soledad durante la misma cantidad de años.
Se reconoce, ante el casual acompañante, incapaz de echar raíces en un lugar. “Soy lo que se dice un trotamundos”, desliza como si ésas fueran las últimas palabras de la novela de su vida. ¡Si habrá relatado piel adentro esa historia en la que con sólo le bastaba abrir las solapas de su arratonado piloto para remontar vuelo y planear de puerto en puerto! Considera callar esa parte fantástica del cuento. “Demasiada maravilla puede dejar seco al pibe”, piensa, mientras consume lo último del cigarro y decide tomarlo de la mano para llevarlo a pasear un rato por los sucuchos en los que se metía cuando jóven.
"Los pibes de hoy solo piensan en chupar hasta quedar tirados en la calle. Unos pelotudos", intenta, a fuerza de complicidades, tender un puente que lo una a quien se alejará en pocos minutos de su lado. Como todos.
¡Zaz! El interlocutor casual baja el ceño de asombro y pinta en su rostro el gesto de aquellos que dudan estar frente a un mismísimo chanta. No podía suceder otra cosa. Siendo adolescente, quedaba atrapado en el grupo de pelotudos.
Rápido, sólo tiene un par de segundos para dar vuelta el resultado. Sabía que la victoria se había alejado ya de su alcance, pero por lo menos un empate le era merecido. "Cuando yo era pibe, las minas era lo único que tenía en la cabeza. Lo primero en la lista de todo lo demás. Y si enganchaba a una, no la dejaba ir hasta que no se apagaba la vela. Ma' qué chupi ni que ocho cuartos .. ¡Jej!", arremete y calla, esperando el impacto.
No logra disipar las dudas sobre la veracidad de la experiencia, pero sí consigue curvar los labios del "pelotudo", antes de que éste se pierda entre la mañana.

jueves, marzo 5

..CarCAjAdAs..


Una tras otra aparecieron. Desde lo más profundo de la panza le nacieron, subieron rápido por su esófago y transformaron su cara hasta desfigurarla. A borbotones, las carcajadas la tomaron por asalto durante horas y la dejaron cansada, felizmente cansada.
Será que volvió al lugar donde nació con una veintena de años ya vividos. Será que el embrollo de esas voces, humo de cigarro, migas de galletita y yerba lavada le dan la paz que no logró encontrar en ningún otro sitio. Será el cosquilleo de las ganas que se despiertan sólo en esa habitación, y sólo con esas personas. Serán las ráfagas del aroma que tienen los tiempos de sueños cumplidos, de germinares de otros nuevos, de aprenderes, de crecimientos, de más pasos dados junto a aquellos que hacen que las ganas vuelvan a cosquillear. Será la reaparición de los cruces de miradas cómplices que demuestran que, estén en el lugar que estén, los ojos pueden encontrarse igual. Será la inminente llegada de aquellos que están al caer, o la certeza de que los que están lejos, están más cerca que nunca. Será que volvió a sentir que los abrazos son la mejor manera de irse del mundo, para volver al instante con el triple de fuerzas. O será que se levantó con ganas de reirse de las pelotudeces que a diario no le mueven un músculo. Si. Pudo haber sido eso. Y todo lo demás también (…).

martes, febrero 10

..LímItE..


Casi siempre pasa que las cosas, vistas en perpectiva y con varios días apilados encima, toman otra importancia. Muchos dicen que eso sucede porque uno, a la distancia, puede comprender de otro modo, analizar más elementos que antes se ocultaban detrás de nervios, ansiedad, miedo o alegría.
La cuestión es que sucede. Nadie te pregunta si querés medirte en esos términos: conocer tu reacción, probarte, sentir si la sangre corre más rápido por tus venas o si se estanca como lava.
Sucede y punto.
Te levantas una mañana y de repente tu habitación se convierte en un río gigante. Nada hay en todo el horizonte, más que agua mansa. Claro, no hace falta que exista el furioso oleaje de un huracán para que te aterre. La calma absoluta y la inmensa soledad pueden hacer contraer los músculos del cuerpo más valiente.
Vos y tus pies sumergidos en ese enorme río congelado. Ningún pedazo de tierra firme para donde salir corriendo. El corazón late a mil por segundo. Cada parte de tu ser tiembla como una hoja.
Ya no controlás a tu razón, que se da de lleno contra todo extremo posible. Blum. Blum. Blum. Tu cerebro se convierte en un flipper en el que vos sos la pelotita de acero. Viajás a toda velocidad con los ojos cerrados hasta que te golpeás contra cada sendero probable. Con cada impacto abrís los ojos y entonces todo cobra sentido. Un sentido que se esfuma como bocanadas de humo de cigarrillo. Y entonces… de nuevo apretás los párpados hasta otro porrazo.
Hasta que te decidís, sin medir consecuencias.
Guardás en los pulmones todo el aire que entre en ellos, pegás un salto y te zambullís de cabeza. El frío del miedo te congela hasta los huesos, pero ya es demasiado tarde para lágrimas.
Después de todo (pensás mientras hacés rendir cada metro cúbico de oxígeno inhalado), sabés que alguna orilla te recibirá siendo otra. Porque lo que no te mata, te hace más fuerte. Y te transforma.
Entonces lo vivido cobra otro sentido si ya no sos aquella que fuiste…