lunes, junio 28

Como la culebra


Mutar duele.
Siempre se daba cuenta tarde, demasiado tarde, de los cambios. Como hace con las prendas de las que se despoja a diario, los cambios aparecían y ella los acumulaba en los rincones, con la promesa de que los acomodaría al día siguiente. Y ahí quedaban. Guardando polvo.
Qué pesados estaban hoy.
Despertó con el ímpetu suficiente para poner orden. Y la energía se le agotó en un instante. Es demasiado complicado intentar ordenar consecuencias cuando no se recuerdan las causas. Cuando nunca se encontraron. Cuando se detectaron y se las eligió ocultar.
Colgó dos pantalones en una percha y la imagen de sus ganas voraces la tumbaron en el piso. Viajes devorando libros, noches de dedos en movimiento, el sonido de sus pasos, sostenidos, firmes, constantes. ¿Qué pasó?
Levantó la cabeza y el espejo le devolvió a otra persona. Hoy era otra, y a la vez ella. Las ganas habían quedado en la imagen. La risa, la compañía también. ¿Los sueños? Seguramente los de aquellos tiempos, sí. No se resignaba a convencerse de que fueran los únicos. Hoy no aparecían fácil, pero tenía que tenerlos. En algún lado debían estar.
Y esas ganas… Esas ganas también debían estar. No las encontraba y se sentía una mentirosa por eso. Sin ellas, nada de lo que había prometido, de lo que se había prometido, era posible.
Sin ganas, necesitaba un refugio. Un lugar donde estar a salvo de ella misma.
-¡Mentirosa! Y vos que decías que como uno nadie para cuidarse a uno… Ahora estás con tu una, y te estás destruyendo.
Mentirosa hoy, mentirosa siempre. La imagen se lo demostraba. Ahí estaban sus refugios. Cálidos. En esa imagen, nada le faltaba. ¿Qué pasó?
El silencio le trajo risas. Esas risas le retumbaron en la cabeza hasta hacerla estallar. Cuanto disfrute. Cuanta paz. Cuánto hacía que no reía.

Y encima, el invierno.

Se abrió el pecho al medio y guardó la foto.
Cerró la carne, pero no la piel. Desde ahí, desde ese tajo que desnudaba su mitad, comenzó a tironear. Y entonces sí. Pudo encontrar la fuente que explicara el dolor que sentía desde que había empezado a intentar poner orden. Tantos cambios que reveló la foto no cabían más ahí dentro. Y siguió arrancándose jirones. Ese envase ya no le servía. Había que cambiar de piel.

3 comentarios:

María Daniela Yaccar dijo...

Nena, me encantó. Esa mezcla de lo que nos pasa con la carne. Esos sentires que se nos vuelven tan físicos.

(Y encima, el invierno).

Me encanta como describís la acumulación de los males, cual si fueran ropas que vamos dejando por ahí. ¿Disfraces, quizás?

El encuentro con uno siempre es doloroso, creo. Pero no hay cambio sin dolor, como bien decís. Celebro tu texto por la excelente descripción del cambio. Sin cambio, al fin y al cabo, tampoco hay ser.

María Daniela Yaccar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carla Irupé dijo...

Coincido en todo con Dani. Además, te digo que siempre está bueno cambiar. Es probar cosas nuevas y eso nunca está demás.
Te Quiero hasta el infinito y más allá!